Nunca he estado en Chicago, ¿ustedes? Yo sé que me encanta sin que sea necesario ir a comprobarlo porque todo lo realmente importante en las películas ha pasado allí. Cuando la pobre Carol Anne Freeling dejó su casa de suburbio de Los Ángeles en Poltergeist III no se fue a vivir a Nueva York, sino al edificio Hancock de Chicago, y lo embrujó entero. En Muñeco diabólico Chucky aterrorizaba a un niño mientras su madre trabajaba en la sección de perfumes de unos grandes almacenes de Magnificent Mile. En Candyman (volveremos a ella) Virginia Madsen huía del manicomio y se enfrentaba a una ciudad hostil y gris. Y hacía lo mismo que todos los personajes que se ven en una encrucijada en esa ciudad: se colocan en uno de los puentes sobre el Chicago River (que debe de estar sucísimo pero luce una barbaridad en pantalla), mira a uno y a otro lado de la urbe, que ahora está a punto de consumirlos, y el zoom se aleja para mostrarlos como una hormiguita que no sabe qué dirección tomar en la segunda jungla de cemento más grande de Estados Unidos.
Y además Chicago tuvo a Jany Byrne. Hoy vengo a hablar de ella. Jane Byrne ha sido la única alcaldesa que ha tenido la ciudad. Entró en política porque colaboró en la campaña para aupar a John Kennedy. Pero no tenía demasiada ambición en el mundillo entonces. Kennedy únicamente le parecía un señor que hablaba muy bien y estaba muy bueno. Aquellos días nuestra heroína estaba algo perdida en la vida: el marine con el que se había casado en 1956 se murió en 1959 al estrellarse su avioneta. La dejó con una hija a cuestas. La administración Kennedy le ofreció un trabajo, pero su chiquita tenía tres años y no quería llevársela demasiado lejos. Aún así se quedó haciendo cosas aquí y allí con los demócratas en Chicago. Hasta que en 1979 se presentó a alcaldesa con una campaña dirigida principalmente a parias, negros y maricones.
Jane no tenía pinta de política aguerrida, sino de ama de casa de las afueras que pasaba por allí. Y se enfrentaba a un señor llamado Michael Bilandic que llevaba ya unos cuantos años sentado en el sillón de la alcaldía y había invertido un millón y medio de dólares de la época en una gigantesca campaña electoral. Jane invirtió únicamente setenta mil. Te vas a hundir, le dijeron.
Pero entonces empezó a nevar. Una tormenta invernal de las que hacen historia asoló Chicago durante la campaña y mientras el hielo y la nieve paralizaban la circulación de la ciudad durante semanas, Bilandic se quedó en casa al lado de la chimenea y cabreó a todos sus votantes. Jane Byrne ganó con mayoría absoluta.
Se convirtió en una gobernanta bastante simpática y ambigua. Reguló la venta de armas. Fue la primera alcaldesa en participar en la marcha del Orgullo Gay de la ciudad. Acudió personalmente a a reñir a los bomberos que pretendían disparar a un escalador fortuito que trepaba por el Hancock Center y subió al piso 38 a sacar la cabeza por la ventana para decirle al hombre araña que hiciera el favor de acabar pronto lo que fuese que estaba haciendo. Pero a la vez intentó cargarse un festival llamado Chicagofest, donde actuaban Frank Sinatra, Joan Jett, Willie Nelson y los Doobie Brothers. Las élites cultas de la ciudad dijeron que Byrne veía el Chicagofest como un triunfo del alcalde anterior y quería borrarlo de su vista, pero Byrne contó en una entrevista que en realidad veía el Chicagofest como un festival para señoritos blancos de los barrios altos en los que no cabían los negros ni los menos adinerados, así que quería convertirlo en una serie de festivales más pequeños por toda la ciudad donde cupiesen los desfavorecidos.
El amor por los menos desfavorecidos llevaría a nuestra Byrne a hacer lo que descubriremos luego.
Respecto al Chicagofest, Byrne lo mantuvo debido a la presión popular, pero le cambió el nombre por ‘Mayor Jane M. Byrne ChicagoFest’. Con todo su coño. Dio igual, porque el alcalde que la sucedió se lo cargó en cuanto llegó al poder.
Pero a lo que íbamos: lo interesante de la señora Byrne es lo que ocurrió con Cabrini–Green.
Cabrini–Green era un complejo de viviendas sociales construido entre los años cuarenta y sesenta. Una serie de rascacielos/ratonera con viviendas funcionales y feas donde cabían 15.000 almas cuyos sueños y esperanzas apenas ocupaban metros cuadrados. Estaban a un paseo de veinte minutos del downtown, donde vivían los poderosos y estaban las boutiques de lujo. Los edificios fueron ocupados por una población de mayoría afroamericana (un 84%, dicen algunos informes de por ahí) y las bandas tomaron el control. A la vez que se ocupaban de la redecoración de los ambientes (los grafittis cubrían el horroroso hormigón de los pasillos, seguramente dándole un aire mucho más cálido) tenían que lidiar con infraestructuras que no funcionaban (agua y luz) y con pilas de basura que en una ocasión alcanzaron el piso número 15 de uno de los edificios. Los encargados de limpieza sentían terror al tener que acercarse a la zona, ahora infestada por ratas y cucarachas.
En los setenta el ayuntamiento organizó instalar vallas de acero en los pasillos exteriores de los edificios porque los vecinos se dedicaban a arrojar a través de esos huecos sus bolsas de basura (o a otros vecinos). A partir de entonces Cabrini Green se convirtió oficialmente en una fortaleza. Ocultos tras las vallas de acero, los líderes de las bandas disparaban de forma feliz y cómoda a los policías que osaban acercarse. Y se cargaron a unos cuantos.
Un niño de siete años que paseaba de la mano de su madre camino a su vivienda también falleció cuando alguien disparó desde otro de los corredores. Y las celebraciones de Nochevieja en Cabrini Green consistían en pegar tiros al aire, lo que hizo que durante algunos años las autoridades desalojasen las calles aledañas.
Y luego está el caso de Girl X. Volveremos a Jany Byrne, pero hay que hablar de Girl X para entender realmente el infierno de escaleras y hormigón que era aquello.
Girl X se hizo moderadamente famosa en 1997. Tenía 9 años y era residente de Cabrini–Green. Volvía a su casa cuando un vecino la violó, la golpeó, intentó estrangularla y le hizo tragar veneno matacucarachas. Después dibujó en su cuerpo símbolos de algunas de las bandas que controlaban el complejo para despistar a la policía. Cuando la encontraron la niña estaba desnuda, con su camiseta apretándole el cuello, los ojos en blanco y expulsando espuma por la boca. Llegó al hospital en estado comatoso. Detuvieron a un vecino de 25 años que fue condenado a 120 años de prisión. Girl X sobrevivió, pero actualmente es ciega, muda y paralítica por los efectos del veneno que le hicieron tragar.
Curiosamente este hecho ocurrió dos semanas después de que encontrasen violada y (en este caso) asesinada a otra niña llamada JonBenet Ramsey, que se hizo diez veces más famosa. Pero Ramsey era una reina infantil de la belleza de familia rica y blanca. Girl X era negra y pobre. Su denominación no podía ser más acertada, porque como la mayoría de víctimas de Cabrini–Green ni siquiera tenía un nombre. Enfrentar los dos casos fue inevitable y ayudó a poner el drama de Cabrini en primera página, gracias a que estrellas como Oprah Winfrey le dedicaron programas especiales. Qué cosas: Oprah Winfrey, también originaria de Chicago, era por aquel entonces la única multimillonaria negra en el mundo y tenía sus estudios centrales, Harpo (que es Oprah escrito al revés) no demasiado lejos de Cabrini Green.
En cualquier caso, Winfrey y otras personalidades ayudaron a recaudar dinero para las facturas hospitalarias de Girl X. El Chicago Housing Authority le dio tres millones de dólares a ella y a su madre. En 2009 el Chicago Sun Times dio nombre a Girl X: se llama Shatoya Currie y tras haber cumplido los 22 no podía seguir viviendo en el centro de rehabilitación en el que había pasado trece años. Lo último que leí era que Jennifer Hudson había expresado interés por conocerla (Shatoya, ciega y sorda, no podrá reconocer a ninguna celebridad). No he encontrado dónde está la pobre metida actualmente ni si Hudson llegó a visitarla.
No me he olvidado de Jane Byrne, pero había que poner sobre la mesa el horror de Cabrini Green para allanar el terreno antes de contar lo que hizo la alcaldesa en 1983, en un momento en que (incluso sin Girl X) el complejo se había convertido para ella, igual que para todos los alcaldes que la precedieron y sucedieron, en un gigantesco grano en el culo.
Jane Byrne quiso demostrar que iba a cambiar las cosas en Cabrini Green y empezó a frecuentar el lugar.
En 1981 celebró la Pascua en la principal avenida que cruzaba aquel complejo de la muerte colocando tiovivos y muñequitos. Un coro góspel cantó con ella para felicitar a los desgraciados habitantes de aquel agujero. Algunos siguieron la música, pero otros criticaron a la alcaldesa con pancartas. La feliz mañana de Pascua acabó con hostias policiales en Cabrini–Green, el lugar donde habían inventado las hostias.
Byrne no se quedó contenta. Y decidió hacer algo todavía más loco.
Se fue a vivir allí.
Era marzo de 1981. Shatoya Currie aún no existía, pero una adolescente acababa de ser entonces violada en uno de los corredores del complejo y había habido unas cuantas muertes durante los frecuentes tiroteos. Byrne dijo a la prensa que estaba horrorizada y se quedaría allí «lo que fuese necesario hasta limpiar el lugar».
Efectivamente se limpió el lugar, al menos atendiendo al término literal. El edificio donde se mudó Jane Byrne con su hija y su marido (se había vuelto a casar en 1977) se desratizó y un pelotón de seguridad custodió el apartamento día y noche. Los residentes afirman que las cosas se tranquilizaron con semejante despliegue. A Byrne le sirvió. Tres semanas después de llegar puso pies en polvorosa.
Según el New York Times, un año después las cosas volvían a ser como antes y las bandas volvían a tomar el control del edificio. Bueno, no exactamente como antes: una de las medidas de seguridad que se tomaron en el apartamento al que se mudó Byrne durante tres semanas fue tapiar la puerta trasera que tenían todas las viviendas. Cuando se fue, aquel apartamento blindado se convirtió en una perfecta fortificación para las bandas, que empezaron a hacer lo mismo con las puertas traseras del sus apartamentos. Las cosas, en realidad, eran peores.
La mayoría de padres residentes en el edificio envió a sus hijos a vivir con familiares en otros barrios para librarlos de tener que pagar una cuota a los líderes de las bandas a cambio de no ser acosados. Según ese mismo artículo del NYT, los vecinos se pasaban el día «dentro de sus apartamentos por miedo a ser robado, viviendo sus vidas a través de las telenovelas».
¿Y saben qué veían?
Esto:
Es la cabecera de la sitcom Good times. Y sí, eso que aparece en los créditos es Cabrini–Green. Good Times relataba la vida feliz de una familia negra de clase media cuya existencia discurría entre gags y risas enlatadas… en Cabrini–Green. Una versión higienizada, amigable, segura. Uno se pregunta si iba de broma o en serio porque la serie estaba creada por Norman Lear, ese señor amante de las series que mostraban un mundo al revés y también creó la efímera All that glitters, en la que el mundo lo manejaban las mujeres, los hombres eran secretarios y amos de casa y aparecía el primer personaje transexual visto en televisión.
En el tema de cabecera de Good Times un coro gospel –igualito que el que acompañaba a Jane Byrne en aquel discurso que acabó con represión poilicial– cantaba lo siguiente a los espectadores:
Temporary lay offs
Good Times!
Easy credit rip off.
Good Times!
Scratchin’ and surviving
Good Times!
Hangin in a chow line
Good Times!
Ain’t we lucky we got ‘em
Good Times!
Good Times duró seis años, dos más que Jane Byrne en la alcaldía. Perdió las elecciones en 1983, dos años después de su desastrosa y efímera visita a Cabrini.
En 1992, se estrenó Candyman, adaptación de uno de los cuentos de terror más tristes que ha dado la literatura de terror (Lo prohibido). La descripción que se hace de Cabrini–Green ayudó a forjar la leyenda: la de una comunidad rodeada de bandas y sangre, pero cuyos vecinos achacan todas las desgracias a un ente sobrenatural llamado Candyman que se aparece cuando uno le nombra cinco veces ante su reflejo (algo curioso teniendo en cuenta que era difícil que cualquier superficie en aquel montón de mierda devolviese un reflejo de algo). La imagen de Virginia Madsen (que interpreta a una profesora universitaria que investiga el asunto y nunca ha estado tan bien en ninguna otra película como está aquí) llegando al complejo con su abrigo caro y su piel pálida recuerda inevitablemente al vídeo de Byrne. Incluso el peinado es parecido. Tanto en el cuento como en la novela, la mujer blanca acaba pagando con su vida la osadía. Al menos a Byrne solo le costó las elecciones. Sigue entre nosotros con la salud maltrecha, pero viva.
Cabrini Green siguió siendo un problema para todos los alcaldes que la sucedieron hasta que en 2010 alguien decidió ir al fondo de la cuestión y demolerlo.
Este vídeo es poesía:
Estas son las últimas fotos que se tomaron del edificio antes de su desalojo y demolición. Se publicaron en el Wall Street Journal. Un paseo por ese lumpen que no es cómico y mugriento, sino triste y terrorífico. Un centro comercial gigantesco abrirá sus puertas aquí dentro de dos meses. Miren el nombre y el símbolo de la cadena de grandes almacenes que va a ocupar el lugar del complejo donde vinieron a morir los desheredados. Ni hecho aposta.